miércoles, 3 de abril de 2024

Llegando al cielo.

 

Llegando al cielo



´´He llegado a pensar que eso es el cielo:

un lugar en el recuerdo de otros donde pervive lo mejor de nosotros´´

Christina Baker Kline

 

Soy Jacinto Roque, abro mis ojos y me despierto en un lugar maravilloso, se escucha el cantar de los pájaros que me recuerda la hacienda de los Áñez, el sonido del rio y los pasos por el puente de hierro de los hijos de Elda cargando en sus mulas la cosecha para El Corozo, también logro escuchar el chorrito de agua de la naciente de la toma, siento el aroma del café de la señora Albina, el sonido  del arado haciendo surcos del Señor Roberto, hay un sol radiante en este lugar, el cielo despejado lleno de colores, a lo lejos veo muchas casitas con flores. Me voy acercando y escucho la música de mi padrino Chico y el señor Hilarión. Veo que no están tocando solos. Me sorprende lo que estoy contemplando por primera vez, puedo distinguir a varios ángeles con sus vestiduras blancas y unas alas hermosas y brillantes, cada uno de ellos tiene un instrumento con el que van acompañando la melodía.


Tres angelitos, con vestidos diferentes a los anteriores, bailan como en una danza tomados de las manos alrededor de los músicos. Froto mis ojos y veo que mi hermano Carlitos y mi primo Adelis, también están allí, siento mucha alegría al verlos, pues hace unos días salieron de casa en su moto y no regresaron. De las casitas van saliendo las familias llevando sobre sus cabezas unas coronas de flores muy lindas, son claveles olorosos como los que siembra la señora Angelica, la de Román. Todos están muy bien vestidos, estrenando ropa como en diciembre, muy alegres y se unen a la danzan entre risas y alegría. Yo me quedo sentado en una piedrita contemplando esa fiesta, aún no me atrevo a acercarme, quiero entender dónde estoy, por qué estoy allí y por qué veo a familiares y amigos del El Corozo. 

No puede ser un sueño porque estoy despierto. De repente, las coronas de flores que cada uno lleva en su cabeza se van transformando a un color dorado como el oro; también ellos se van llenando de luz, todo el ambiente se torna muy colorido, muchos pajaritos y mariposas se posan sobre ellos. ¿Qué está sucediendo? la música es tan alegre que mis pies medio choretos se van enderezando y comienzo a bailar.

Se va acercando uno de los ángeles que estaba danzando y me toma de la mano, pronuncia mi nombre como nunca antes yo lo había escuchado, su mirada transmite una ternura impresionante, yo me dejo llevar por el ritmo de la musiquita y todos me reciben con abrazos. Me preguntan por la gente buena del Corozo, yo les digo que todos están muy bien por allá, sembrando maticas porque llegó el invierno tan esperado. Aprovecho para preguntar dónde estamos y el ángel me responde, '''Chinto, ¡estamos en el Reino de los Cielos!''' Yo no entendí mucho la respuesta, pero todos estábamos muy alegres.  En la medida que disfrutamos de la fiesta algo curioso va sucediendo en las personas, se van llenando de una luz maravillosa que sale del corazón de los tres ángeles, y en un instante como un momento de encanto me veo en medio de muchos niños que corren, cantan y juegan. 

Salgo corriendo a la piedrita lleno de mucho asombro, con mucha alegría, difícil de describir con las palabras de un niño recién llegado al cielo.  Es verdad, ¡ay, entonces estoy en el cielo! toco mi cabeza y ya no me duele, ya no tengo raspones en las rodillas, las heridas cicatrizaron rápido, miro detrás de mí y veo una gran laguna, me acerco para verla y mi cara se refleja en el agua; para mi sorpresa veo que tengo una corona de hojas verdes que poco a poco van cambiando a dorado. Me siento más niño y poco a poco va desapareciendo de mi la preocupación por estar lejos del El Corozo, aunque por momentos extraño a mis amigos de aventuras. 

Escucho la voz de una señora que me llama, '''Chinto, ven a comer con nosotros'''. Ella tiene un velo de muchos colores y sobre su cabeza una aureola con  doce estrellas. Sonríe con amor de madre, me recuerda la mirada de mi mamá Chaya, salgo corriendo a sus brazos, me lleva a una gran sala adornada con los cuadros que pinta el señor  Adhemar González. 


Hay en el medio una gran mesa redonda de madera hecha por Geradito, el de Pablitos, llena de purita comida: hallacas de caraotas; sopa de cozó; pollo asado de Quebrada de Cuevas; arepa de harina norte de Alba, la de Leonardo; queso ahumado del que vende el loco Antonio; los siete dulces de Semana Santa de la señora Betilde, la esposa del señor Natividad; pan del que hace Elda en el otro lado; las tortas de Violeta; los polos de coco de María Rosario; sancocho de gallina; sopa de caraotas con cambures de la señora Melania; cuajada de donde mi madrina Ignacia; mantequilla de vaca de la señora Virginia de Esdovas; el guiso de pescado salado  de mi nona Dolores; las empanadas fritas crocantes que hace Omaira; mazamorra de María, la de Rodrigo; la sopa de pan de la señora Cristina. También, va llegando un ángel que trae una olletada de pastel de macarrones con atún y huevos cocidos y mi dulce favorito el curruchete, esa comida la envió  Isabel, la de Pablitos. 

Todos nos saboreamos, lo bueno es que acá en el cielo a los niños siempre nos servirán de primerito, creo que vamos a poder repetir varias veces, los ángeles a cada rato llegan con más comida buena. 

Veo a un muchacho que está sirviendo a todos los niños que están en la mesa y le pregunto a la buena madre quién es él, ella me responde, con voz tierna, ''Chinto, es tu hermano mayor mi querido Chuysito'' , te acuerdas que en el catecismo te hablaron de Él'' Entones, yo le respondí ¡claro! y tú eres la Virgencita María, la que siempre veo con una velita en el altar de mi nona Dolores y en la capilla del  Teleférico. Entonces ella me dijo, '''ve y lo saludas''', salí a millón por en medio de la prosapia de chinos y le abracé…cuando él me vio, dejó la olla en la mesa, abrió sus brazos, vi sus cicatrices en las manos y me dijo, con mucha alegría, ''¡mi pequeño Roque, pasa siéntate con nosotros, vamos a comer…!''

Pues, esta voz tan familiar para Chinto le recordaba a su abuelo Jacinto, quien le cargaba sobre su pierna jugando al caballo y le decía mi pequeño Roque. Y así fue como Chinto, al llegar al cielo se sintió en su verdadero hogar.


 

Freddy de Jesús ARAUJO SchP.

 

 

 

 

 

 ´´Y el corazón a cada latido amanece una esperanza nueva que tiene algo del cielo´´

Juan Cunha






1 comentario:

  1. Narración vivificante, me recuerda la cotidianidad del cielo. Los grandes acontecimientos de La Historia de la Salvación emergen de lo cotidiano, aquí, simbolizado en El Corozo, se perciben hasta los olores... Texto atrayente, más aún para mí que conozco este ambiente o pedazo de cielo quebradeño... Felicitaciones al autor, buen manejo en el andamiaje estructural narrativo.

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