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Guardianes de la
Naturaleza
Es una tarde de cielo nublado, se escucha la lluvia en el techo de
zinc, Gregorio, Juan Pablo, Virgilio y Freddy están sentados en el corredor de
la casita de su Toto Elías. Sienten el olor a tierra mojada en el patio, la
lluvia no les ha permitido salir a jugar como de costumbre.
Rerre toma la palabra amigos que tarde tan triste, ¡qué vamos
hacer!
De repente el abuelo contestó desde su cuarto, vamos a tomar café y a comer chimó a escondidas de Rosario y Carmen; estaba bajando de la troja unos cambures topochos de color morado. La tristeza de aquella lluviosa tarde se tornó en alegría para nosotros, allí estaba el abuelo dispuesto a compartir un rato diferente. Aprovechamos que el abuelo se ha levantado con muchas ganas de conversar. ¡Toto cuéntanos alguna historia, de espantos, encantos o aventuras! Se dibujó una sonrisa de oreja a oreja y su mirada se puso en dirección a los picachos del páramo de Cabimbú, tapados por las nubes. Se sentó en su silla de cuero y madera, la recostó a la pared de bahareque y en su mano el garrote apoyado en el muro de piedra.
Allí se dio un pequeño silencio, nosotros estábamos en suspenso esperando que la historia comenzara a salir de sus labios, hasta que dando un suspiro profundo dijo: tengo un amigo del páramo que se llama Bernabé, hace unos días me contó que cuando subieron a la laguna de la Teta de Niquitao, de repente mientras bordeaban la laguna, sin saber cómo, se vieron en medio del agua encantada. Con el agua hasta la mitad del cuerpo y sin poder salir. A la orilla de la laguna se escuchaban unas risas de unos hombrecitos muy pequeños como unos duendes…decían, caray, ji,ji,ji,ji,ji..., estos parameros quieren sacar un riego y no pidieron permiso, ni trajeron la ofrenda del miche, chimó y café. Dijo mi Toto, muchachitos, a esos enanitos se les llama “Momoyes”, también conocidos como “Guardianes de la Naturaleza” y cuando se le da la ofrenda se asume el compromiso de proteger el ambiente de cualquier daño. Estos extraños seres están en esas zonas custodiando que nadie haga daño a la Madre Tierra que nos da lo necesario para vivir. Ellos tienen poderes para espantar a las personas que quieren hacerle daño a las lagunas, a la flora y fauna. Pregunto Virgilio, Toto y ¿qué pasó con los parameños? Pues según el cuento de mi amigo, rezaron un Padre Nuestro y un Ave María y poco a poco la laguna los fue soltando.
Pero una niebla muy espesa se apoderó del lugar. A tientas encontraron el camino a las cuevas del picacho donde pasaron la noche, superando la inclemencia del frío con una pequeña fogata. Para poder prender la candela tuvieron que pedir permiso a los Momoyes. ¿Epa muchachos ya estuvo el café? tráigame en mi pocillo de peltre, nosotros fuimos corriendo a buscar el café. Mientras tanto el abuelo sacaba su cajeta de chimó con la paleta de hueso y nos daba a cada uno un poquito. Ya estábamos preparados para seguir escuchando la segunda parte de la historia. Bernabé también me contó que por allá como a las tres de la mañana vieron cerca de la laguna a los Momoyes cantado unas canciones muy raras y tocaban violín y cuatro. Pues según nuestros mayores es la hora de la alabanza a la Madre Tierra por el regalo del agua pura.
Ellos pusieron
muy alegres porque el cielo ya estaba despejado, la luna era clara como el día
y su luz se reflejaba maravillosamente en la laguna como si fuera un espejo. Se
pusieron en camino, y seguíamos maravillados por lo vivido y por aquellos
extraños hombrecillos que han enseñado la virtud de cuidar la madre naturaleza.
Por camino pensaron de volver a laguna con la ofrenda y llevarles además un
violín de los que hace el maestro Eleazar ¡cómo se van a poner de contentos! Después de contarnos la historia mi Toto se
quedó dormido en la silla, no le quisimos despertar, salimos corriendo a
decirle a mi Tía Reyes que acababa de llegar de Maracaibo, que nos ayudara a
disfrazarnos de Momoyes pues en la tarde era la actividad de carnaval en la
comunidad. Así fue mi tía nos disfrazó y fuimos asustar al abuelo que aún
seguía dormido en la silla. Para nuestra
sorpresa el abuelo no se asustó, se puso a reír y entrando en el juego ofreció
a los pequeños Momoyes chimó, panela, y
una guanábana que le había regalado Erika la de Gertrudis. Desde ese día nos creímos
guardianes de la naturaleza. También empezamos a creer que el señor Juan Panela
era uno de esos Momoyes viviendo en medio del pueblo de la Quebrada, Juan
Panela tenía el secreto de la eterna juventud, pues había tomado de un bebedizo
de una planta llamada Dictamo Real que tiene el poder de hacer que las personas
no se enfermen de nada, ni se pongan viejas.
Cajeta de chimó, ofrenda para los Momoyes |
Miche |
Dictamo Real |